Cierto día de septiembre de 1213, en pleno transcurso de la cruzada católica contra los cátaros del Languedoc, unos jóvenes y peculiares guerreros hijos de un conde franco, Gerrart le Flambeau de Etelnon, reciben la orden de salir, arropados por un variopinto puñado de caballeros, escuderos y siervos, en persecución de un noble occitano protector de herejes y paganos, el conde de Almir, que junto con su camarilla acababa de escapar de su sitiado castro, llevándose consigo un fabuloso tesoro y una mítica reliquia.
Siempre en pos de los fugitivos, entre los que se encuentra una extraña sacerdotisa pagana, los miembros de la patrulla católica, tras cruzar los Pirineos, se enfrentarán a crueles situaciones en el marco de unos territorios y sociedades, los de los reinos hispánicos, sumamente hostiles, en donde la guerra y la hambruna son protagonistas absolutas. Soportando en aras de ese acoso toda suerte de calamidades, siempre espoleados por la ambición personal, la codicia, el fanatismo religioso o la simple inercia, móviles que empujarán igualmente a otros grupos antagonistas con los que entran en competencia, acabarán recalando todos en la polifacética Toledo, donde se establece una trama de corrupción, alianzas contra natura, engaños y traiciones en la que los personajes son víctimas, una vez más, de sus desordenadas pasiones, pero donde también se iniciaran relaciones entre los fugitivos y sus primeros perseguidores.
Nuestra historia comienza cuando precisamente, ya fuera de la urbe, como fruto de las intrigas y maquinaciones, están los grupos protagonistas a punto de enzarzarse en un combate a muerte que será crucial para el destino de todos y en especial para cierto caballero del Clan Flambó que se verá inmerso en la senda del Misterio de la mano de una mujer excepcional.
De resultas del sangriento combate, los supervivientes, estableciendo sorprendentes alianzas, constituirán definitivamente dos bandos adversarios. Uno el de los herejes, cruzados católicos y musulmanes, otro el de aragoneses, catalanes y monjes guerreros de la Orden de Calatrava. El primero, en su huida hacia Al-Andalux, acabará recalando en cierta misteriosa fortaleza abandonada de la que imprudentemente se apropiará olvidándose de sus enemigos, que ni por un instante han desistido de su afán por hacerse con los tesoros cátaros.
En medio del compás de espera derivado de las reparaciones que acometen en el destartalado castillo, mientras se van entablando relaciones muy sólidas de corte amoroso entre varios miembros de los diversos clanes, la druidesa que los acompaña emprende la compleja tarea de adiestrar en los secretos de su esotérica religión a un nuevo discípulo.